martes, 8 de julio de 2008

Un imsomnio de felicidad


Afirma de sí misma lo que un día él adjudicaba a su propio ser: adicción a la cobardía e incompatibilidad con la conformidad.
Éste no es un relato de amor; trata del perdón. No preste a equívocos por favor, es una lucha interna mucho más antigua; una que habla de la redención.
La vigilia se convierte en fuente que emana pensamientos, desesperación, odio y rencor. El enemigo no es “uno”, es una réplica perfecta. Unos veinte años de largo cabello castaño, inconformidad y búsqueda. Es un espejo vivo, el retrato de una obsesión, una escultura de mármol que ha robado sus emociones, su inteligencia y su propia voz. Es su concepto. Ella disfrazada de ambición. Lo que ese yo persigue es un sentido, una historia especial, no romántica; pretende encontrar la definición plasmada en un tríptico portado por ángeles de salvación. El espejo sostiene las llaves, aguarda un augurio, espera quieto e irritante, el momento de liberarla, porque la cárcel de sus noches está en utopía. Tomás Moro aún no ha creado el país de su existencia ideal, espera nacer y la mantiene prisionera en vela. La verdadera Calíope esconde un cuchillo bajo la almohada, permanece inmóvil capturando señales a la espera del momento de hacer en cristales un único yo.
Sabe que pronto vendrá la claridad, decidirá y hará presta a errar.

Ella necesita absolverse por temer dañar, por querer sacrificar. Éste, pues, no es un relato de amor; trata del perdón. Negar querer es mentir, sin embargo, y a pesar de que las paredes de su celda siempre quedarán teñidas de él, ella necesita luchar, no por amar (el instante es siempre solamente uno), sino para superar perder y al fin poder ser.

1 comentario:

Nachete dijo...

La cárcel de sus noches está en utopía.


¡Genio y arte!