martes, 23 de septiembre de 2008

¿De la literatura? Mucho que extrapolar...


Alfred Nobel murió el 10 de Diciembre de 1896, no sin antes cincelar meticulosamente un testamento que daba cuerpo a un deseo post mórtem muy particular.

Las malas lenguas dicen que su gran jugada maestra, acaso la última, respondía a la instintiva voluntad de los hombres por hacer trascender su nombre en la Historia.

Elijo, personalmente, conceder el beneficio de la duda a un individuo con tan egregio apellido, y prefiero pensar que tal vez aquello que precipitó la balanza pudiere ser una mal compensada responsabilidad que el mismo sueco sentía para consigo por haberse enriquecido al desarrollar la industria de la dinamita; pues sabido es, que no sólo abastecía al honesto mercado de la minería, sino también al de la guerra, suponiéndole esto, quizá, alguna necesidad de alterar el orden en la lista de sus pesares.

Dispuso, así, el resto de su fortuna con el objeto de crear un fondo para financiar, con los intereses derivados del mismo, unos premios que, ni más ni menos, iban a ser destinados a aquellos que en el término de un año hubiesen producido un beneficio mayor a la humanidad.

De los 5 galardones que especialmente señaló en su testamento, el de literatura es uno de mis preferidos. -¡No! El que espere que el de economía sea el que despierte mi más profunda admiración puede echar raíces sentado porque creo que la contribución beneficiosa de la Economía a la sociedad ha de ser secuela misma de su desarrollo normal ¡Ja! Iríamos arreglados sino…-
Volviendo a cauces más tranquilos retomo la literatura pues así como en 1913 el recompensado fue Rabindranath Tagore igual valor tiene el dado 36 años después a mi querido H.H. (más conocido como el bello narrador de la Historia del Príncipe Siddharta). Sin embargo, algún que otro reproche haría yo a Nobel por no estipular especificaciones más concretas sobre las bases de su “trascendental” regalo y, es que ¿Es razonable aceptar que Tolstoi, Joyce o Borges (entre otros de ajustado parangón) no lo recibieran nunca?

Debo excusarme por estar acostumbrándome a rodear elucubraciones previas que me corroen antes de vomitar la cuestión fundamental de mis entradas. Dicho esto, debo señalar que el precedente desagua, si bien con ramales, en la novela de Hesse.

Para los que nunca han podido conocer la maravillosa usanza humana que rodea la vida del Príncipe es obligado apostillar algunas notas esclarecedoras. Siddharta, como yo, busca afanosamente y por los más escabrosos caminos su propio derrotero vital. Peregrinando en un viaje, más que geográfico personal, haya el amor y el consejo; dado este último por boca de Vasudeva, un modesto anciano que lo adoctrina hasta del sentido del silencio. Así, aunque, el Siddharta de Hesse no es el apuesto Príncipe de la tradición hinduista que un día se convertirá en Buda Gautami, su experiencia consigue demostrar que aún sufriendo los más truculentos acontecimientos logra superar la pena que le comportan la muerte de su amada y el hastío vital de su hijo, alcanzando su sentido último: la perfección, el Nirvana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En tus saltos quánticos narrativos, cada vez te pareces más a Benjamin. Debes leerte ya el París del Segundo Imperio en Baudelaire. A mi me costo unas cuantas lecturas entenderlo, a ti sencillamente te encantará.