
Del griego “krypto” y del griego “graphos”. Eso se dice y a escritura oculta se refieren.
Tomemos cautela, porque podemos hablar de arte cuando aludimos a criptografía, siendo desaconsejable, sin embargo, valerse de tal campo si el vocablo que esgrimimos es criptología.
¡Alerta señores! Nos movemos, ya, dentro del mundo de la ciencia y sabemos, los hijos de Erasmo, de las críticas con las que nos obsequian los que al creerse con plena custodia de la scientia denigran cualquier acercamiento por nuestra parte.
Tomemos cautela, porque podemos hablar de arte cuando aludimos a criptografía, siendo desaconsejable, sin embargo, valerse de tal campo si el vocablo que esgrimimos es criptología.
¡Alerta señores! Nos movemos, ya, dentro del mundo de la ciencia y sabemos, los hijos de Erasmo, de las críticas con las que nos obsequian los que al creerse con plena custodia de la scientia denigran cualquier acercamiento por nuestra parte.
¡Ah! Válgame que infortunio el nuestro… todo por amar distanciarnos emocionalmente y en parámetros eternos de todo lo relativo a institucionalidad por querer pensar libres de ataduras académicas, optando, en cambio, por recabar nuestras fuentes de muchos lugares independientes.
Después de todo, puede que el continente reduzca el contenido a la ambigüedad de las palabras. Cuanto menos resulta burlesco saber que scientia en latín significa conocimiento.
¿Qué fue de los polifacéticos genios renacentistas? ¡Cuánto echo en falta la admiración que despertaban por dominar tantas ramas distintas, por concentrar en un ego individual tanta sapienza!
Lingüística, poesía, música, filosofía, arqueología, arquitectura y matemática. Todas ellas condensadas en la persona del singular Leon Battista Alberti. Criptógrafo también, por cierto. Nacido en Génova, oscilando Brunelleschi los 27 por entonces, y perteneciendo a la segunda generación de artistas del Renacimiento, no sólo es emblemático para los estudiantes de arte por su dedicación a las más variadas disciplinas, sino que para mí se ha convertido en lo que puedo tildar de alegoría erótica.
Esta noche, Alberti ha profanado mi inocencia para despertarme sicalíptica, malvada y perversa. Esta noche he descubierto de Alberti una obsesión. El humanista ha inviolado mi ingenuidad por compartir conmigo el gusto a perseverar con fuerza en pro de un interés. El simún de emociones que ha desatado en mí es el objeto mismo de su ansiedad: la búsqueda continua de reglas tanto prácticas como teóricas que orienten el trabajo de los artistas.
Pero no preste a equívoco, son sentimientos contradictorios porque yo no creo en lo estricto de los Cánones; soy más, como he dicho, de la escuela de Rótterdam. A pesar de ello, valoro sin mesura lo innovador de su preocupación y que no es sino la mezcla de lo antiguo y lo moderno.
Hágase la luz: Alberti propugnaba la praxis antigua y la moderna que había iniciado Filippo Brunelleschi.
Tres obras, además, lo arrastraron sin atajos al cielo de los inmortales: De statua, De pictura, y De res aedificatoria. En la primera, oculto tras la máscara de Polícleto habla de las proporciones del cuerpo humano. La segunda eleva su status al de los pioneros pues establece por primera vez, con el permiso de il mio amatto architetto (el cual parece dictarle la teoría al oído), la definición de perspectiva. Hacia 1450, veintidós años antes de su muerte, termina la última, de la que yo subrayaría la importancia que concede a los diversos tipos de edificios, y en concreto a la función que debe desempeñar cada uno de ellos.
Por otra parte, no profeso, tampoco, el enciclopedismo medieval que hereda Alberti pero sí me atrae la adaptación que hace de sus ideas a la vanguardia humanista: "...el artista en este contexto social no debe ser un simple artesano, sino un intelectual preparado en todas las disciplinas y en todos los terrenos".
¡Gloriosos sean, en esta hora, los que defienden la valía del conocimiento heterogéneo!
1 comentario:
Nada, cuando acabes tu preciosa carrera y ADE, pásate por arquitectura, loca.
besos murcianos!
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