
- ¡No me grites Luca!
- ¡No puedo amarte sin amor!
- ¿Quieres mi cuerpo? Toma de él todo lo que quieras, es tuyo. ¿Quieres mis manos? Tómalas. ¿Quieres mis labios? Tómalos. ¿Quieres mis pechos? Son tuyos.
- ¡Ah no! Si quieres mi corazón también te lo daré. Arráncalo y quédatelo. Hace mucho tiempo que no late, no siente, no respira. Es sólo un órgano indolente que va yermando un poco más con cada mañana de lluvia. Si lo quieres desclávalo. Tómalo, guárdalo en tu caja fuerte y cierra bien con llave, para que sólo tú puedas mirarlo. Está muerto. Ni tú conseguirás darle nunca el soplo de vida que necesita.
- Aquí tienes mi cuerpo, dispón de él lo que quieras. Te entrego mi corazón. Aquí lo tienes, en la mano, frío y vacío. Puedes destrozarlo de nuevo si así te place. Pero ah, lo que tú quieres es tenerme. Me quieres a mí. Pero eso es imposible, ya lo sabes. Nunca te he engañado porque lo has sabido siempre.
Mientras Danielle hablaba lloraba. Se había vuelto a derrumbar y ésta vez había sido por mi culpa. Todo lo que dijo aquella noche era totalmente cierto, como siempre. Ya he olvidado por qué empezamos a discutir. Supongo que me puse a gritar y ella no pudo aguantar más aquel posado de indiferencia. Entre nosotros las cosas no se sostenían. No era como pelear sin más, sin importancia. Aquella conversación tenía que surgir y yo sólo precipité el momento.
Tenía dentro tanta energía y seguridad que casi nunca lloraba. Al menos no delante de mí. Cuando algo la atormentaba se encerraba dentro de sí misma. Invertía sus sentimientos y los condenaba a la jaula de sus pasiones, escondidos e invisibles para todo aquel que se aventurara a buscarlos. Entonces, impasible y flemática hacía de esas emociones un todo de fuerza y conseguía solucionar sus problemas. Pero yo… Yo me había convertido por méritos propios en un problema que no era capaz de afrontar.
Cuando la conocí ya solía usar esa vieja frase que yo tanto odiaba: no puedo amar sin amor. Se refería y, sólo con el tiempo lo comprendí, a sus miedos. No es que no temiera a nada. Por supuesto, era una chica perfectamente normal con terribles fobias a los insectos; pero, evidentemente, estoy hablando del objeto mismo de sus pesadillas, lo único que le causaba un miedo real y aterrador: la soledad. Sabía perfectamente cuál era la fórmula para sobrellevar la cotidianidad pero no sabía cómo luchar para hacer desaparecer los límites de su alma, los frenos que le impedían amar.
Cuando vino a mí su corazón ya era frágil y estaba muy malherido. Durante muchos años estuvo perdidamente enamorada de aquel gilipollas del café. Su historia con él había sido como una de esas grandes tragedias de la literatura romántica, que como tragedia en sí misma, precisamente nunca terminan bien. Sufrió de amor casi tanto como de desamor. Y ese combate la dejó completamente extenuada. Ella decía que incluso vacía pero eso no era cierto sólo estaba asustada y su mente había perdido todas las armas de la razón para tratar con el amor, por eso, en realidad, no estaba vacía sólo era muy vulnerable y había decidido que la debilidad era algo que nunca más se podría permitir.
Yo lo sabía aquella noche y lo había sabido siempre. Se quedó dormida en mis brazos cuando cansada de llorar su cuerpo no pudo soportar más el dolor y exhausta se rindió.
- ¡No puedo amarte sin amor!
- ¿Quieres mi cuerpo? Toma de él todo lo que quieras, es tuyo. ¿Quieres mis manos? Tómalas. ¿Quieres mis labios? Tómalos. ¿Quieres mis pechos? Son tuyos.
- ¡Ah no! Si quieres mi corazón también te lo daré. Arráncalo y quédatelo. Hace mucho tiempo que no late, no siente, no respira. Es sólo un órgano indolente que va yermando un poco más con cada mañana de lluvia. Si lo quieres desclávalo. Tómalo, guárdalo en tu caja fuerte y cierra bien con llave, para que sólo tú puedas mirarlo. Está muerto. Ni tú conseguirás darle nunca el soplo de vida que necesita.
- Aquí tienes mi cuerpo, dispón de él lo que quieras. Te entrego mi corazón. Aquí lo tienes, en la mano, frío y vacío. Puedes destrozarlo de nuevo si así te place. Pero ah, lo que tú quieres es tenerme. Me quieres a mí. Pero eso es imposible, ya lo sabes. Nunca te he engañado porque lo has sabido siempre.
Mientras Danielle hablaba lloraba. Se había vuelto a derrumbar y ésta vez había sido por mi culpa. Todo lo que dijo aquella noche era totalmente cierto, como siempre. Ya he olvidado por qué empezamos a discutir. Supongo que me puse a gritar y ella no pudo aguantar más aquel posado de indiferencia. Entre nosotros las cosas no se sostenían. No era como pelear sin más, sin importancia. Aquella conversación tenía que surgir y yo sólo precipité el momento.
Tenía dentro tanta energía y seguridad que casi nunca lloraba. Al menos no delante de mí. Cuando algo la atormentaba se encerraba dentro de sí misma. Invertía sus sentimientos y los condenaba a la jaula de sus pasiones, escondidos e invisibles para todo aquel que se aventurara a buscarlos. Entonces, impasible y flemática hacía de esas emociones un todo de fuerza y conseguía solucionar sus problemas. Pero yo… Yo me había convertido por méritos propios en un problema que no era capaz de afrontar.
Cuando la conocí ya solía usar esa vieja frase que yo tanto odiaba: no puedo amar sin amor. Se refería y, sólo con el tiempo lo comprendí, a sus miedos. No es que no temiera a nada. Por supuesto, era una chica perfectamente normal con terribles fobias a los insectos; pero, evidentemente, estoy hablando del objeto mismo de sus pesadillas, lo único que le causaba un miedo real y aterrador: la soledad. Sabía perfectamente cuál era la fórmula para sobrellevar la cotidianidad pero no sabía cómo luchar para hacer desaparecer los límites de su alma, los frenos que le impedían amar.
Cuando vino a mí su corazón ya era frágil y estaba muy malherido. Durante muchos años estuvo perdidamente enamorada de aquel gilipollas del café. Su historia con él había sido como una de esas grandes tragedias de la literatura romántica, que como tragedia en sí misma, precisamente nunca terminan bien. Sufrió de amor casi tanto como de desamor. Y ese combate la dejó completamente extenuada. Ella decía que incluso vacía pero eso no era cierto sólo estaba asustada y su mente había perdido todas las armas de la razón para tratar con el amor, por eso, en realidad, no estaba vacía sólo era muy vulnerable y había decidido que la debilidad era algo que nunca más se podría permitir.
Yo lo sabía aquella noche y lo había sabido siempre. Se quedó dormida en mis brazos cuando cansada de llorar su cuerpo no pudo soportar más el dolor y exhausta se rindió.
2 comentarios:
Diario del poeta(el corazon del viajero)
-No me grites Luca!!!!!
-No puedo hablarte si no te conectas!!!
-Ahh!! que es por eso...dame un toque y yo me conecto quieres que me conecte?pues me conecto.¿quieres mis pechos?(weno no viene mucho a cuento pero me gusto esa pregunta)
pues eso que el pobre ingenuo se quedo esperando y ya lleva unos cuantos dias.asi que me decidi a contar su historia por si removia en ti algun sentimiento de piedad de esos que caracterizan a las grandes gentes y te daba por conectarte y hablar un ratin con el gran poeta viajero...que ya no se si es viajero o si es poeta o si es viajero antes que poeta o poeta antes que viajero pero en cualquier caso es grande..........
Besitosssss
tirori.......tirori
me ha llegado. en verdad que sí.
es terrible el temor a amar por miedo a sufrir. yo sé.
besazos.
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