lunes, 10 de noviembre de 2008

Diario del Viajero (La incertidumbre de Ausias March)


Hacía exactamente 14 meses, dos semanas y siete horas que Angélica y yo habíamos roto cuando conocí a Danielle. Por entonces, yo tenía 29 y mi apariencia distaba mucho de la actual. Nunca he sido lo que puede considerarse uno de esos italianos apuestos a los que la patria dota de belleza ya sólo con el primer aliento de vida. Efectivamente, nací en Gela, una pequeña ciudad al sur de Sicilia hace ya la friolera de 43 años.


A punto de cumplir los 30 me encontraba en un estado de amarga irascibilidad. No soportaba a la gente de la que me rodeaba, ni los lugares ni los ambientes en los que me codeaba, aunque supongo que, en realidad, no me soportaba a mi mismo. Siempre he sido alto pero por entonces era corpulento y no flacucho y desgarbado como hoy. De todas las bellas mujeres que atraía a mi cama se podría extraer una opinión diferente sobre aquello que les resultaba atractivo de mí. La mayoría se referían a mis ojos verdes como el mayor de mis encantos; unas lo reducían a la brillantez de mis trabajos y otras incluso apelaban a mis dones en la cama (y eso decían, porque de mis habilidades sexuales nunca he estado completamente seguro).


Abandoné el pueblo al cumplir los 21 y me instalé en la acogedora y a la vez fría, Barcelona. Terminé los estudios de cultura y lenguas clásicas y en un tiempo que denominaron “récord” me licencié como Historiador del Arte. Empecé carrera escribiendo críticas mordaces y satíricas de arte contemporáneo para algunas publicaciones catalanas. Sin embargo, me cautivaba mucho más todo lo físico. Así que, tras doctorarme me declararon como experto en el Renacimiento. Por lo menos eso era lo que decía mi director de tesis pero yo nunca he estado del todo convencido. Y volviendo a lo físico, sentía la imperiosa necesidad de experimentar el arte en el más puro sentido manual; de modo que me especialicé en la restauración de obras de época moderna y ¿Sabes cuando respondes a la llamada adecuada y tiras los dados apostando al 13? Es ese tipo de situación en que si la suerte te sonrie tu fortuna profesional queda resuelta, mientras que si el azar te da la espalda te precipitas al más absoluto fracaso. Se podría decir que lo mio fue más del primer estilo y en un abrir y cerrar de ojos fui contratado por una empresa romana de conservación renacentista.


También me cansé de lo manual; sí, por lo menos en lo profesional, aunque muy poco en lo sexual. Sé que puede resultar vulgar explicarlo de este modo pero es que al volver a Barcelona mis “romances” se sustituían uno tras otro en periodos cortos de dos y tres semanas; tiempo en el que, por supuesto, no me enamoraba de ninguna de aquellas dulces señoritas. Era como si mi gran ego triunfador fuera incompatible con los compromisos. Simplemente, me decía a mí mismo que no podía haber lugar para el amor.


Decidí probar en la escritura. Después de un riguroso libro sobre producción caravaggiesca que me catapultó a la esfera en la que nadaba la élite artística catalana del momento seguí publicando trabajos sistemáticos y analíticos sobre movimientos, autores, estilos… Pronto, en cambio, sí necesité de una agente. La guapa, exigente y brillante Angélica.

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