domingo, 28 de diciembre de 2008


De entre todos decidió seguir los pasos de uno. L’opera pittorica más bella jamás creada. Cuando el poder ahoga a los oprimidos sólo se necesita de uno. Uno que lo cambie todo.

Sus obras brillaban porque parecían humanas y no celestiales. El arte griego que perseguía captar lo bello de la naturaleza daba resultados sublimes que elevaban al ser humano a la condición de Dios; porque el que es bello es poderoso y el poderoso, divino. Y sin embargo, no hubo ningún otro que supliera plasmar la esencia de la naturaleza como él.

Creo que lo bello no reside en el efecto agradable de la impresión, la primera experiencia de los sentidos, sino en lo real. Caravaggio era aquél que transformaba en belleza la realidad de una imperfección, por la sencilla condición de existir, más aún de ser y de sentir.

¿Qué es más hermoso? ¿El retrato de un joven apuesto que sacie nuestro gusto, o la personificación verdadera del dolor en el retrato de un humilde vagabundo? Pues si el primero satisface nuestros sentidos, el segundo hace luz sobre el valor de nuestros sentimientos.
Y esa luz no se halla claramente en su estilo pues los académicos consentirán en afirmar que el claroscuro caravaggiesco es aún tenebroso y sombrío. ¿Y qué luz es esa, entonces, que puede hallarse en medio de las sombras? Es la de la razón, porque la produce nuestro entendimiento cuando nuestros sentidos aún nadan en la experiencia más primitiva. Porque es una belleza irradiada de la realidad. Las emociones y los sentimientos cobran mayor sentido cuando se advierten en un personaje estéticamente desagradable porque motivan el centro de nuestros pensamientos y marginan la actuación de nuestros sentidos.

Y por eso sus mendigos eran santos que oraban y sus prostitutas vírgenes que lloraban.

No hay comentarios: