
Pensamiento mio ve a buscarle; si se niega a venir contigo, pensamiento quítale el alma y si acaso te pregunta quién, dile que soy yo la que te manda. Si te dice que me está olvidando dile que no me importa que se divierta porque puede que llegue el día en que se arrepienta.
Querido Luca, dueño de mi alma,
No se, si alguna vez te has preguntado, como yo, qué esperar ya de la vida. Hubo un tiempo en que no teníamos idea de nada; probablemente, si alguien nos hubiera preguntado entonces, ambos hubiéramos contestado: sólo estamos soñando.
Supongo que cuando decidí involucrarte en la mía, para poder evitarte las consecuencias de lo que suponía sumergirse en mi inconstancia, debí haber limado primero las muescas de mi identidad. Durante 26 años he interpretado el papel de la metamorfosis. Cada vez que algo bueno llamaba a mi puerta me asustaba lo suficiente como para arruinarlo. Me sucedió contigo y me ha sucedido siempre. Tal vez, nunca haya sabido cómo afrontar la felicidad.
Alguien me dice, de vez en cuando, que sigo soñando pero yo noto perfectamente como el aire frío de Barcelona se mezcla con el florentino para golpearme. Debe ser un sentimiento aún real que duele.
Cuando miraba a través de tus ojos temía pensar que escondías la verdad de tu corazón al mundo. Antes creía que lo hacías para defenderte porque eras como esos vagabundos que erran con un bagaje tan sensible que viven el dolor y el amor con una intensidad tal que los vuelve vulnerables. Creía que ocultabas la profundidad de tu alma para esconder esa debilidad. Pensaba que sufrías y amabas en silencio porque enfrentarte a la vida con aquella máscara de frivolidad te fortalecía para enfrentar los problemas que derivaban de tu cotidianidad.
Sin embargo, conocerte desarrolló en mí una empatía que me llevó a identificar mis miedos a los tuyos. Es posible que la cuestión se reduzca a tu retorcida bondad u honestidad. Tu personaje externo, ese que día a día da la cara para afrontar a las personas que te rodean y aún a las que amas no sea, en realidad, el protagonista. Quizá es sólo un antagonista cínico que se esfuerza por hacer felices a los demás. El problema era que, a menudo, no sabías calibrar los riesgos del papel que jugaba ese villano superficial y algunas veces se desnudaba para que algunos “elegidos” pudieran ver más allá del disfraz. Un tú interno y verdadero que no es más malo ni menos bueno que el otro, sino uno altruista y egoísta a la vez; uno que sólo te permite compartir lo que sientes contigo mismo.
Y ese fue tu error, pues si fue el Luca externo el que me acercó a ti, fue dejarme conocer al Luca interno lo que me llevó a enamorarme de ti. Era como si al echar un simple vistazo sobre ti pudiera ver a un hombre bueno. Al mirar, en cambio, aquello que tratabas de esconder encontré unos sentimientos, una pasión y una forma de ser que te hicieron irreemplazable.
Puedes creerme si te digo que, aunque he conocido desde entonces a muchos otros hombres buenos, al rascar su coraza en ninguno he logrado encontrar un alma tan perfectamente dibujada como la tuya. Y si el sentido del cambio sobre mi (tan inconsistente y variable) del que al principio te hablaba, alguna vez tuvo un significado más vacío, fue aquel que le diste tú. Soy la única que ha definido lo mutable de mi identidad, pero si en mi corazón hubo momento alguno de mayor definición, fue el instante en que el tuyo completó el mío.
He comprobado que mi convulsa personalidad siempre me ha llevado a perder lo mejor que he tenido. Sin embargo, hay algo que ni el tiempo podrá hacer nunca desaparecer; unas huellas que aunque poco a poco se van difuminando, cicatrizaron el amor por ti en mi alma hace ya 8 años para mantenerlo vivo. Unas heridas que se resienten cada vez que ese viento frío me golpea y que permanecerán ahí, secretas e imborrables para siempre.
Lo único que pido pues, a ti, dueño de mi alma, es que tu corazón nunca me traicione ni culpe a otros por nuestros errores.
Danielle.
Querido Luca, dueño de mi alma,
No se, si alguna vez te has preguntado, como yo, qué esperar ya de la vida. Hubo un tiempo en que no teníamos idea de nada; probablemente, si alguien nos hubiera preguntado entonces, ambos hubiéramos contestado: sólo estamos soñando.
Supongo que cuando decidí involucrarte en la mía, para poder evitarte las consecuencias de lo que suponía sumergirse en mi inconstancia, debí haber limado primero las muescas de mi identidad. Durante 26 años he interpretado el papel de la metamorfosis. Cada vez que algo bueno llamaba a mi puerta me asustaba lo suficiente como para arruinarlo. Me sucedió contigo y me ha sucedido siempre. Tal vez, nunca haya sabido cómo afrontar la felicidad.
Alguien me dice, de vez en cuando, que sigo soñando pero yo noto perfectamente como el aire frío de Barcelona se mezcla con el florentino para golpearme. Debe ser un sentimiento aún real que duele.
Cuando miraba a través de tus ojos temía pensar que escondías la verdad de tu corazón al mundo. Antes creía que lo hacías para defenderte porque eras como esos vagabundos que erran con un bagaje tan sensible que viven el dolor y el amor con una intensidad tal que los vuelve vulnerables. Creía que ocultabas la profundidad de tu alma para esconder esa debilidad. Pensaba que sufrías y amabas en silencio porque enfrentarte a la vida con aquella máscara de frivolidad te fortalecía para enfrentar los problemas que derivaban de tu cotidianidad.
Sin embargo, conocerte desarrolló en mí una empatía que me llevó a identificar mis miedos a los tuyos. Es posible que la cuestión se reduzca a tu retorcida bondad u honestidad. Tu personaje externo, ese que día a día da la cara para afrontar a las personas que te rodean y aún a las que amas no sea, en realidad, el protagonista. Quizá es sólo un antagonista cínico que se esfuerza por hacer felices a los demás. El problema era que, a menudo, no sabías calibrar los riesgos del papel que jugaba ese villano superficial y algunas veces se desnudaba para que algunos “elegidos” pudieran ver más allá del disfraz. Un tú interno y verdadero que no es más malo ni menos bueno que el otro, sino uno altruista y egoísta a la vez; uno que sólo te permite compartir lo que sientes contigo mismo.
Y ese fue tu error, pues si fue el Luca externo el que me acercó a ti, fue dejarme conocer al Luca interno lo que me llevó a enamorarme de ti. Era como si al echar un simple vistazo sobre ti pudiera ver a un hombre bueno. Al mirar, en cambio, aquello que tratabas de esconder encontré unos sentimientos, una pasión y una forma de ser que te hicieron irreemplazable.
Puedes creerme si te digo que, aunque he conocido desde entonces a muchos otros hombres buenos, al rascar su coraza en ninguno he logrado encontrar un alma tan perfectamente dibujada como la tuya. Y si el sentido del cambio sobre mi (tan inconsistente y variable) del que al principio te hablaba, alguna vez tuvo un significado más vacío, fue aquel que le diste tú. Soy la única que ha definido lo mutable de mi identidad, pero si en mi corazón hubo momento alguno de mayor definición, fue el instante en que el tuyo completó el mío.
He comprobado que mi convulsa personalidad siempre me ha llevado a perder lo mejor que he tenido. Sin embargo, hay algo que ni el tiempo podrá hacer nunca desaparecer; unas huellas que aunque poco a poco se van difuminando, cicatrizaron el amor por ti en mi alma hace ya 8 años para mantenerlo vivo. Unas heridas que se resienten cada vez que ese viento frío me golpea y que permanecerán ahí, secretas e imborrables para siempre.
Lo único que pido pues, a ti, dueño de mi alma, es que tu corazón nunca me traicione ni culpe a otros por nuestros errores.
Danielle.
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