Aristóteles, en la retórica antigua se servía del término pathos para designar el sufrimiento humano, existencial, propio del ser persona en el mundo. Mitológicamente, el vínculo eros-pathos se refería al ciclo original del Amor-muerte, el sufrimiento del amor, o el amor sufriente.

Existe en mi interior un patetismo trágico, que constantemente me ha empujado a buscar un lugar. Mi mejor respuesta ha sido siempre escapar. Hay para mí, en algún espacio inmaterial de personas y circunstancias, una atmósfera de paz en la que debo encajar, dónde se me permite soñar y respirar, dónde las ganas se ofrecen en arcas de la alianza que te aseguran el elixir de la eternidad, ya se sabe, para que una vez localizada la Arcadia el disfrute sea atemporal.

Aquiles diría que son los hombres los que esculpen, forzados a decidir, su propio destino, las musas aquellas que te otorgan abundancia, éxito y prosperidad y los dioses perversos que moran en tu Olimpo mental aquellos que te impiden avanzar.

Necito sobredosis de persuasión emocional, una droga que me infecte de carácter, que nuble de forma intermitente mi ambición, me coloque de atrevimiento y me haga saltar del precipicio de obstáculos a la inmensidad insaciable del mar. Cuando no eres capaz de llegar al otro lado de una montaña y se te ocurre agujerear el interior para cruzar, sientes que aún puedes pero cada día te cuesta más volverlo a intentar. Tus brazos se van agotando y a la mitad crees que al cavar se derrumbará sobre ti la tierra cálida y asfixiante que te atrapará.

La fórmula mágica ya no es el deseo, las expectativas mueren cuando decides someter las pasiones a un orden intelectual, porque la sensualidad del sueño y la inocencia del intentar se convierten en un subterfugio diario en el que esconder tus debilidades y tu falta de voluntad.