lunes, 8 de noviembre de 2010

Cómo representar una sinfonía



Hay en la perfección de mi tierra un algo que la hace terrorífica y errática. Compartir Barcelona y saberla infinita es como un punteo de guitarra, una broma deliciosa, un bocado de eternidad, como un sabor empalagoso que se te mete, te infecta y te obliga a amarla. Es un amor envidioso como el del historiador que odia al artista por saberse sin dones, que desea apuñalarlo porque el pintor puede llegar a conocer el mar pensando un verano, oyéndolo, fumándolo. Hay una mirada en Barcelona, una mirada modernista que sonríe cuando oye o ve algo que la emociona; es un secreto que comprendes solamente cuando descubres donde nace todo, cuando llegas al sentimiento de una sangre vetada, traicionada, vilipendiada. Un sentir que ahogándose en expresión sufre encerrándose en el no poder del tiempo. Barcelona da paz a la imagen de una humanidad civilizada que se odia, que se destruye a sí misma. No sé de un solo genio que creyéndose inmortal no sintiera la muerte cada día sentada a la mesa, durmiendo despierta. No sé de un solo genio que al imaginar no sintiera envidia de Barcelona.